JOAN MIRÓ (1893 – 1983)
El pintor español (Barcelona 1893), dueño de una técnica indiscutible, muy refinada, es el poeta de la pintura moderna por excelencia. Sus cuadros y dibujos son verdaderas rimas y leyendas llevadas al lienzo o al papel mediante una gran carga onírica, donde casi se escuchan las palabras y se leen los sueños, mucho más que en ningún otro surrealista de su época.
Miró influyó notablemente en Picasso y en muchos artistas de su generación debido a la potencia de su obra, a la síntesis alcanzada a lo largo de los años en un estilo muy personal y exclusivo. Cuando observamos por ejemplo los grandes cuadros blancos de Miró, en los que una breve línea, mancha o rasguño son la única temática a la que es posible agarrarse, el asombro del que observa es absoluto siendo precisamente esa limitadísima literatura plástica -que por otra parte abandona en sus últimos años-, la que lo eleva como grandísimo pintor al que hay que mirar muy de cerca porque, eso sí, la literatura breve se torna en poema abundantísimo de matices de extrema delicadeza, todos ellos casi imperceptibles en la distancia pero maravillosamente manifiestos ante nuestro aliento gracias a una técnica primorosa.
El pintor, que ya en sus inicios demostró un talento sobrado para el color crudo, de profundos verdes, ocres negros y amarillos abutanados, así como un dibujo exacto, milimetrado en infinitos detalles de ensueño, fue poco a poco depurándose para, sin abandonar su técnica limpia y transparente, ir quitando elementos y adjetivos de su universo mágico en pos de una gestualidad que solamente podemos definir como ‘mironiana’ de tan exclusiva de él que es. Estrellas ganchudas, estrellas filamentosas, círculos primarios, punteados insistentes... un universo reducido a su esencia de tan solo tres o cuatro colores que cantan y vibran bajo negros profundos, grises tranquilizadores y blancos puros. Y es de esta manera como Joan Miró alcanza su estilo más conocido de vidriera surrealista: impactante, repetitivo y obsesivo, siempre moderno. Su obra se mantiene eternamente actual por su pureza, su frescura y su economía extrema de medios. Pero es esto precisamente lo que no convence a muchos, que le recriminan trabajar copiándose a sí mismo una y otra vez. Pienso que una vez alcanzado un lenguaje tan personal e intransferible como el suyo es difícil escapar, incluso progresar más allá. Tal vez sea una especie de trampa que depara el destino a los artistas más audaces en el atardecer de su vida: pintar para siempre el mismo cuadro, día tras día, hasta el último aliento, hasta la íntima unión con la obra.
© José Manuel Merello
PABLO PICASSO (1881 - 1973). Lo humano en el Arte.
Todo está dicho sobre Picasso (1881 - 1973), es cierto, pero en los últimos tiempos se le critica desde distintos frentes con una ligereza quizá debida al desconocimiento de lo que es el Arte y lo que es el artista, que para nada son la misma cosa. El solo hecho de que su inmensa obra haya condensado prácticamente el arte de todo el Siglo XX ya debería ser suficiente para, al menos, no intentar socavar su legado. Es ridículo buscar la crítica en su persona, en si era más o menos tirano, ególatra, o lo que fuese. Podemos juzgar el arte, pero no al artista. Tanto que se alaba hoy a Leonardo Da Vinci, quizás si pudiésemos verlo y tratarlo de cerca nos llevaríamos una impresión muy desagradable; quizás fuese extremadamente vanidoso, soberbio, o tal vez nos pareciese un indeseable mezquino movido por las más bajas pasiones pero en cambio nada de esto quebrantaría los increíbles logros que hoy nos fascinan, en su arte y en su ciencia.
El juicio en arte -y quizá en todo- debe ser independiente del creador para que no quede contaminada la obra por el sesgo siempre desfavorable hacia el que la realiza. ¿Cómo era Miguel ángel?, ¿y Velázquez?, casi es mejor no saberlo, no fuese que nuestro tribunal inquisitorial de lo bueno y lo malo anulase por completo su magistral herencia artística. El arte es una creación humana y ahí acaba la responsabilidad del artista, en la obra que deja, atravesada sin remedio por la sociedad en la que vive, la técnica de su época, los condicionantes económicos en los que crece y se desarrolla. Una obra de arte es una obra de todos, de todo el género humano, no en el sentido democrático ni popular que muchas veces se le quiere dar, sino en un sentido más humanista y espiritual, que trasciende a lo humano. Y así, lo humano, la imperfección, los pecados, las virtudes, las pasiones, todo lo bueno y malo que tengamos como raza quedan trascendidos por el Arte, que se eleva por encima nuestro usándonos como palanca, solo palanca y pedestal, para brillar y emocionar.
Y Picasso sufre ahora este juicio a su persona por encima de su obra. No olvidemos que el arte del siglo XX se manifestó, casi religiosamente, a través de él, tal fue su influencia, de manera que o bien por envidia, o bien por ignorancia -o por múltiples intereses de otro tipo-, el hombre vuelve a juzgar al artista y no a su arte, cuando es el Arte el que siempre debe juzgar al Arte siguiendo unos códigos propios que se transfieren casi imperceptiblemente entre los artistas y sus creaciones a través de los siglos. Picasso indudablemente era dueño de una personalidad magnética que provocó y continúa provocando las reacciones más extremas, pero me temo que aún tendremos que esperar mucho hasta que estas pasiones humanas se disipen y quede únicamente su obra, desnuda, en todo su valor. Y será entonces, como digo, cuando el arte juzgue al arte, limpiamente, como un viento huracanado que arrase con lo melifluo y anecdótico, eso que hoy tanto vende en los anfiteatros de la modernidad: Pan y Circo, una vez más. © José Manuel Merello
JEAN-MICHEL BASQUIAT (1960 – 1988). Altamira contemporáneo.
La pintura de Basquiat (Brooklyn 1960), fascinante, de una calidad indiscutible, es un Altamira contemporáneo. En un brevísimo plazo de tiempo (Basquiat murió a los 27 años) nos deja un conjunto sorprendente, abigarrado, salvaje hasta la casi violencia si no fuese porque en toda su obra reina un orden oculto y una armonía que no es sino el producto del Arte manifestándose a través suyo. Cuando hay Arte hay armonía y equilibrio. Paradójicamente el arte, cuando lo es, transmuta hasta lo más pérfido y feo en algo coherente y lo dota de sentido y belleza. Es la herencia griega, la lógica que rige el Universo y su caos, los renglones torcidos de Dios…
Basquiat es un pintor con unos conocimientos brutales de la Historia del Arte, no sé si de forma enciclopédica o por lo menos interiorizados gracias a un mecanismo que desconozco (Warhol, New York, su madre…), pero que se adivina en su obra dándole esa pátina culta que absorbe todo el gran saber de los Grandes Maestros del Arte de todos los tiempos. Se nota en su exquisito manejo del color, en su dibujo ordenado, en su asombrosa capacidad para dominar y guiar a destino, en un mundo convulso, a esa fiera indómita que es el arte.
Obsesiones, repeticiones, clasificaciones, tachaduras, parches, signos numéricos, alfabetos callejeros. Son sus bisontes contemporáneos. La cueva prehistórica es, en las manos de Basquiat, el espejo de una sociedad caótica y llena de vida. Una sociedad compulsivamente moderna. La cueva de Basquiat, la maravilla de unos códigos salvajes de una belleza y un orden casi incomprensibles. Y todo construido antes de los 27 años. ¡Cuánto talento! © José Manuel Merello
SALVADOR DALÍ (1904 – 1989)
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Al margen de su persona, que para ser coherente no debo juzgar ni utilizar como vara que mida la calidad de su arte, está muy claro que fue un gran artista y un tremendo dibujante, no tanto quizás por los dibujos que dejó sino por el que se advierte en su pintura. Sin un dibujo bien entendido no hay pintura que valga, ni en la Abstracción.
La pintura de Dalí fue y es manoseada hasta el infinito por artistas astrólogos, ilustradores, adivinos y pintores lunáticos con buena ayuda del LSD, o sin él, que más temible todavía si cabe es la ayuda de la ignorancia. La obra de Dalí está actualmente perdida entre millones de cuadros de seguidores pegajosos, relamidos, “con mensaje” (Dios nos libre de la pintura con mensaje).
Pero si conseguimos ceñirnos a su trabajo, con calma, quitando el sobrante de aquí y allá, nos encontraremos con una pintura que se adelanta a su tiempo. Él decía que el futuro era la cibernética, y no imaginaba de qué manera. Internet, el mundo virtual, el 3D y todo lo que se nos viene encima estaban ya en su cabeza prodigiosa. Realmente fue un visionario, pero no es esto lo que le da valor artístico; acerquémonos a sus lienzos para encontrar la virtud de un pintor con una técnica impecable, un colorido diferente, eléctrico, unas composiciones cuidadísimas en pos de unas temáticas de Gloria y Resurrección, megalomaníacas en gran parte; es un expresionismo del triunfo de lo épico y lo colosal, al fin y al cabo. Todo esto, que en las manos de cualquiera hubiera quedado manido y presuntuoso -cosa que él ya desahogaba mediante sus excentricidades públicas- en las suyas se convertía en espectáculo plástico de primer orden.
Dalí, con sus vírgenes y sus niños de delicadeza extrema y sus panes religiosos, es el recogimiento de Zurbarán trasladado al futuro; los cielos profundos, el tiempo derretido, el Cristo de San Juan de Luz, los espacios hipercúbicos…Un misticismo y una espiritualidad recorren su obra rebajando ese exceso de todo a un punto de equilibrio que solo él podía conseguir, y más aún en el Siglo XX, cuando el Arte institucional no quería saber nada de esas cuentas ni de ese regreso al futuro, a un futuro de clasicismo desbordado y fantástico. Dalí lo consiguió, como un prestidigitador desbocado, pero lo consiguió. © José Manuel Merello
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